Lo que sostiene un modelo de compensación variable no es su ambición, sino su claridad. Lo que lo hace sostenible es la verdad que se atreve a decir. Y eso empieza por reconocer hasta dónde llega… y por qué.
Los modelos de compensación variable parecen concursos de seducción: cifras ambiciosas, promesas de “alineación”, fórmulas rebuscadas que parecen brillantes en el papel… pero que, en la vida real, terminan generando más frustración que compromiso.
¿La razón? Se construyen desde el deseo, no desde la verdad.
Un modelo de compensación variable no debería nacer de una ambición desbordada por incentivar, sino de una comprensión profunda de lo que realmente sostiene al equipo, al negocio y al propósito.
No se trata de cuánto más se puede ofrecer, sino de qué tan claro es lo que se está ofreciendo… y por qué.
La claridad antes que el estímulo
La claridad no es solo un número en una fórmula. Es la capacidad de explicar, con palabras sencillas, qué se reconoce, cómo se mide, y qué intención real hay detrás.
Si un modelo de compensación variable necesita un anexo legal para ser entendido, no está motivando: está confundiendo. Y la confusión, en estos temas, no es inocente.
Cuando las personas no entienden, terminan suponiendo. Y cuando suponen, se desconectan. No del número, sino de la intención.
La sostenibilidad no está en el monto, sino en la honestidad
Un modelo de compensación variable se rompe cuando promete más de lo que puede entregar. Cuando empuja a las personas a un esfuerzo que no se alinea con el propósito real del rol, o del negocio. Cuando premia indicadores vacíos y castiga procesos profundos.
La sostenibilidad nace cuando un equipo siente que puede confiar en lo que se dice. Que lo que se mide importa, que lo que se paga tiene sentido y que lo que no se paga… también tiene una explicación que se puede mirar de frente.
Reconocer el límite también es cuidar
Todo modelo de compensación variable tiene un límite. Un hasta dónde. Pero no siempre se reconoce. A veces se esconde por miedo a “desmotivar”.
A veces se disfraza con fórmulas que suenan sofisticadas, pero que solo sirven para maquillar la escasez, y otras veces, simplemente, no se habla de eso… como si callarlo hiciera que no existiera, pero reconocer el límite, decir con honestidad hasta dónde llega la compensación, y por qué, no es debilidad, es cuidado, es madurez, es liderazgo. Cuando las personas conocen el terreno que pisan, no solo confían más, también caminan mejor.
¿Y si el modelo no alcanza?
Entonces el modelo no alcanza, y no pasa nada. No todo lo valioso se puede traducir en cifras. No todo lo esencial se puede incentivar.
A veces el modelo de compensación no puede cubrir todo el valor que una persona aporta. No porque no se quiera, sino porque hay límites reales: de presupuesto, de negocio, de mercado… o incluso de visión.
Y es ahí donde muchas organizaciones se sienten incómodas: donde el modelo deja de ser suficiente y empieza el territorio de lo humano. Pero ese territorio no es un vacío, es una oportunidad.
Cuando el modelo no alcanza, lo fácil es esconderse: • Subir un poco la cifra sin revisar el fondo. • Crear una nueva variable para compensar la anterior. • O justificar con discursos que suenan bonitos, pero que no conectan con lo real.
Lo valiente es otra cosa. Lo valiente es decir:
“Esto es lo que podemos reconocer económicamente, y aquí están los porqués. Y lo que no cabe aquí, no es que no importe: es que necesitamos otra forma de honrarlo”
Porque hay contribuciones que no se miden por volumen, sino por impacto.
Hay gestos que no se premian con dinero, pero sostienen culturas enteras.
Hay decisiones que no aumentan indicadores, pero salvan relaciones.
Y eso también necesita ser dicho, reconocido, visibilizado.
Ahí es donde entran otras formas de compensar: • El propósito como energía que no se paga, pero que impulsa. • La autonomía como acto de confianza. • La posibilidad de crecer, de crear, de construir. • La calidad del equipo, que muchas veces es más motivadora que cualquier bono.
No para reemplazar lo económico, porque eso también importa, sino para recordar que el valor humano no cabe entero en una fórmula. Y que cuando lo reconocemos, aunque sea con palabras, con gestos o con decisiones conscientes, estamos construyendo un modelo más completo. No solo de compensación, sino de organización.
Un modelo que no se limita a pagar por hacer, sino que también se atreve a agradecer por ser.