Todo comienza con algo pequeño. Un cobro en la tarjeta de crédito. Sabes que está ahí. Sabes que deberías pagarlo. Pero decides esperar. “No pasa nada”, te dices. “Puedo con eso más adelante”.
Y al día siguiente… tampoco lo haces. Y al siguiente… tampoco. Y de pronto, ese monto creció. No porque compraste más. Sino porque lo postergaste.
En las organizaciones pasa lo mismo. No con el dinero. Con lo que no se habla. Con lo que se deja para después.
Hoy quiero hablar de eso. De lo que ya sabes que hay que hacer… y aún no haces. Hoy quiero hablar de la compensación.
Sabes que hay brechas. Sabes que hay desequilibrios. Sabes que algunos dan más de lo que reciben, y que otros reciben sin dar. Y sabes también que hay conversaciones que llevan meses aplazadas.
Pero es agosto. Y piensas: “Ya que aguanten así el resto del año… total, nada va a cambiar”.
Y sí, puede que no cambies nada. Pero algo sí va a cambiar: la relación emocional de las personas con su trabajo.
Porque la compensación no es solo una cifra. Es una forma de decir: te veo, te valoro, cuento contigo. Y cada vez que lo que das no se corresponde con lo que recibes, algo se rompe por dentro.
Tal vez no se nota hoy. Tal vez no mañana. Pero llegará. En forma de renuncia. En forma de callar. En forma de una entrega que ya no es la misma.
Y ahí está el verdadero costo. No en el ajuste que no hiciste. Sino en la pérdida que no supiste evitar.
Postergar no ahorra. Solo acumula. Y en temas de compensación, lo que se acumula no es solo una deuda técnica. Es una herida organizacional.
Entonces, si ya lo viste, no lo dejes para después. Porque lo que hoy decides no hacer… mañana te va a salir más caro.