En algunas empresas, hablar de bienestar se ha vuelto casi obligatorio. Es la palabra de moda en reuniones de liderazgo, en comunicados internos, en las paredes de la oficina decoradas con frases motivacionales. Pero una tendencia mal entendida puede ser tan peligrosa como una necesidad ignorada, y en este caso, el riesgo es disfrazar el vacío con globos de colores.
Yoga al mediodía, jueves de fruta, talleres de risoterapia, mesa de ping-pong en la sala de descanso, playlist de “vibra alta” sonando de fondo… todo suena bien, todo luce bien, todo da “buena vibra”. Pero… ¿eso es bienestar?
La intención puede ser genuina y muchas veces lo es. El deseo de cuidar a las personas, de ofrecer un espacio más amable, más humano, más llevadero… es real. Pero cuando no hay una dirección clara, lo que debería ser una estrategia de bienestar se convierte en espectáculo, y lo que prometía equilibrio, se transforma, sin querer, en distracción. Una distracción decorada, pero desconectada de la realidad que se vive en el día a día.
Bienestar no es entretenimiento.
No se trata de llenar la agenda con actividades que alivien por un rato lo que nadie se atreve a nombrar. No se mide por cuántas iniciativas se comunican, sino por cuántas barreras invisibles se desmontan. No se construye con experiencias sueltas, sino con decisiones valientes.
Cuando el ambiente es tóxico, la fruta no lo endulza. Cuando hay sobrecarga, el yoga no la estira. Y cuando falta confianza, la risa se vuelve ruido.
Reír, jugar, mover el cuerpo, respirar profundo… todo eso suma, pero no reemplaza. No puede ser el disfraz amable de lo que no se quiere transformar.
El verdadero bienestar no siempre es cómodo. A veces no vibra alto, ni luce bien en las fotos. A veces incomoda, porque obliga a ver lo que no está funcionando: el exceso de trabajo que nadie nombra, el miedo a hablar con franqueza, las expectativas confusas, los liderazgos ausentes o autoritarios, los vacíos en la compensación, la falta de reconocimiento, la tensión constante por no saber si lo que hago importa o no…
¿Quieres hablar de bienestar de verdad?
Entonces hablemos de autonomía real, de cargas bien distribuidas, de roles claros que no exijan adivinar lo que se espera, de líderes que escuchan más, de curvas de compensación coherentes con el valor que se aporta, de espacios seguros para decir lo que duele, lo que cansa, lo que confunde…
Eso es el corazón del bienestar.
¿Y lo demás? Claro que suma.
El yoga, la fruta, el ping-pong… pueden ser buenos ingredientes, pero no son el plato fuerte. Son el acompañamiento, no la base.
Cuando se construye desde lo profundo, desde lo que de verdad sostiene el día a día, entonces esas acciones dejan de ser ruido para convertirse en refuerzo, en coherencia, en expresión visible de un fondo sólido. Pero si se omite lo esencial, si no se nombra lo que incomoda, si se usa como escape y no como complemento… entonces sí: por más buena vibra que haya, lo que queda es solo un espejismo. Un alivio momentáneo que no transforma, que apenas distrae.
El bienestar real empieza donde nos atrevemos a mirar lo invisible. Y desde ahí… todo lo demás, sí, también vibra, pero con propósito.