Imagina que entras a una nueva empresa. Llevas apenas unos minutos en la oficina y ya te están guiando a la sala donde te darán la bienvenida. Te sientas frente a alguien de Talento Humano que te sonríe y te dice en resumidas cuentas: Este es tu cargo. Este es tu salario. Este es tu puesto de trabajo. Allí queda el baño. Bienvenido.
Eso es todo. No hay misterio. No hay historia.
Solo un número y una posición en un organigrama que aún no conoces.
Y en ese instante, silenciosamente, se escapa una gran oportunidad. Porque reducir lo que una persona representa a un cargo y una cifra es como resumir un viaje a un tiquete de avión. Sí, el destino está escrito en el papel, pero nadie te ha hablado del camino. Nadie te ha mostrado ni el mapa, ni los planes.
Ahora imagina otro comienzo. Uno en el que, en lugar de entregarte un cargo, te entregan una historia. Te dicen que ese rol es apenas el punto de partida. Que lo que estás recibiendo no es un título, sino una llave. Una llave que abre puertas, caminos, experiencias. Y que esa llave te invita a explorar. Porque aquí no vienes a encajar en una casilla. Aquí vienes a recorrer un territorio. Uno que puedes descubrir paso a paso, con tus decisiones. Te muestran rutas. Caminos que otros han recorrido antes. Te cuentan cómo algunos eligieron especializarse. Otros se lanzaron a liderar proyectos intensos. Algunos avanzaron lento, pero con paso firme. Y otros saltaron entre áreas, porque aquí, si tienes lo necesario, puedes intentarlo.
Y entonces lo comprendes: El cargo no es solo una palabra. Y la compensación no es solo un número. Existe una forma de decirte: “Creemos en lo que puedes llegar a ser”
Pero también te dicen algo más. Que ese camino no siempre será fácil. Que habrá momentos de duda, de tensión, de decisiones difíciles. Que a veces tú necesitarás algo que la empresa aún no puede ofrecer. O que la organización enfrentará desafíos que afecten el viaje.
Y aun así, la historia puede seguir siendo buena. Si hay algo que sostenemos por encima de todo es esto: El respeto. La comunicación. La ética. Porque una buena historia no es la que evita los conflictos, sino la que sabe enfrentarlos con madurez. Una historia bien contada acepta que crecer implica hablar, escuchar, ajustar. Y que a veces, habrá que tomar decisiones importantes. Pero si lo hacemos desde la transparencia y el diálogo, nunca perderemos lo esencial: la confianza.
Y aquí algo más, igual de importante: Todo no solo depende de ambos. También existirán factores externos que pueden cambiar lo que teníamos definido. Pero en esos casos, con la transparencia y el diálogo, tomaremos las decisiones importantes y necesarias que respeten el propósito que tenemos ambos. Porque una historia compartida se construye también con la capacidad de adaptarse a lo inesperado, sin perder el norte.
Por eso, contar bien la compensación no es hablar de fórmulas, topes o políticas. Contar bien la compensación es sentarse con una persona y tener una conversación real, abierta y humana sobre tres cosas que todos necesitamos saber:
¿Cómo valoran aquí el talento? Porque todos queremos saber si lo que traemos, nuestra experiencia, nuestras ideas, nuestra forma de ver el mundo, será reconocido. Valorar el talento no es llenar vacantes. Es abrir espacio para que las personas florezcan.
¿Cómo se premia el esfuerzo? Porque no todo es el resultado final. A veces, lo más valioso es lo que hiciste en el intento: apoyar a un compañero, proponer lo que nadie se atrevía. Premiar el esfuerzo es reconocer el trayecto, no solo la meta.
¿Cómo se equilibra lo que doy con lo que recibo? Porque esto no es una transacción. Es un vínculo. Y un vínculo sano se basa en equilibrio: entre lo que aportas y lo que te retribuyen, entre tu propósito y lo que se construye.
Y aquí algo fundamental: No nos debe preocupar darle toda esa claridad a una persona desde el primer día. Quizás te preguntes: “¿Y si la historia no resulta como se la conté?” Claro. Porque no depende solo de ti. Depende de las decisiones que tomen ambos. De lo que cada uno está dispuesto a dar. Es una negociación. Y esa es una palabra que no deberíamos temer. Porque negociar no es exigir: es construir.
Y tampoco debe darnos miedo hablarle de “buscar nuevos horizontes”. Porque si un día esa persona decide tomar otro rumbo, no hay ruptura: hay transformación. Aquí no prometemos crecimiento eterno. Pero sí garantizamos que, mientras estés, crecerás. Y cuando partas, te irás más fuerte, más claro, más consciente de tu valor.
Eso también es compensar bien.
No por obligación. Sino por respeto.
Contar bien la compensación no es una moda. Ni una estrategia de retención. Es un acto de coherencia. Es dejar de tratar a las personas como piezas intercambiables, y empezar a verlas como protagonistas de una historia compartida.
No es magia. Es compensación, sí. Pero contada como se cuentan las historias que importan.